lunes, 31 de diciembre de 2018

Año nuevo...

Hoy retomo el blog tras un año de inactividad, aunque he estado publicando cosas en la página de facebook, no había vuelto a escribir en el blog, pero hoy, es el día de retomarlo y de explicar los porqués.

Hoy termina este 2018, un año que me ha marcado mucho, que me ha quitado muchas cosas y me ha regalado otras, un año del que quiero despedirme.
Cuando comenzó el año tenía muchos sueños, ilusiones, proyectos, esperanzas... empecé el año con muchos planes diseñados y con mucha fuerza y energía para realizarlos, lo empecé feliz, rodeada de mis seres queridos, trazando nuevas (nuestras) tradiciones, planificando el camino que queríamos recorrer. 
A primeros de año pude desvirtualizar a algunas de mis compañeras de la escuela de porteo en un viaje que me aportó mucho y que supuso el punto en el que todo cambiaría. Era la primera vez que me separaba de mi familia, fue sólo un fin de semana, pero en aquella estación me parecían semanas. Durante aquel viaje me hice un tatuaje que significaba mucho, ¡quién me iba a decir que significaría tanto! 
A la vuelta del viaje me esperaban los míos, y una inesperada sorpresa, un test de embarazo positivo que lo cambió todo. A partir de ahí mi vida, mis planes, mis ilusiones... se desmoronaron, lo que debería haber sido una gran noticia cayó sobre mi como una losa, dando la vuelta a todo mi mundo.
La noticia de mi embarazo fue muy bien recibida en todas partes excepto en mi casa, y esa noticia terminó con mi matrimonio, quien yo pensaba que era mi compañero de vida, a quien tanto había apoyado y acompañado, decidió que no quería seguir caminando a mi lado, y tras un tiempo de divagar recogió sus cosas y me encontré lo que sentí sola.

Casi al mismo tiempo que aquel positivo, se hizo presente en mi la diabetes y al mismo tiempo, llegó un ingreso hospitalario de Comino, que terminó en una larga temporada de pruebas y controles (que a día de hoy aun continúa) por lo que parece ser es una enfermedad rara, genética. Aquella noticia hizo que los trámites de su estudio genético se acelerasen por si el bebé que venía en camino corría algún riesgo, aunque hoy, todavía, seguimos sin tener muy claro qué es lo que le pasó a Comino, cuáles fueron las causas, y si es o no un diagnóstico seguro, "no es un caso de libro" eso es lo que nos dicen en cada revisión.
Semanas de visitas al hospital, de pruebas y analíticas varias, de visitas a urgencias, de miedos y preocupaciones después, llegó la ecografía de la semana 20. "Hidronefrosis grado III", que en cuestión de tres semanas pasó a ser grado V. La enfermedad de Comino también es renal, y una de sus variantes resulta muy complicada en bebés, ahí empezó una larga batalla, la de recabar información, pedir segundas, terceras, cuartas opiniones, protocolos de hospitales (en mi hospital de confianza me recomendaron buscar un hospital con una buena UCI neonatal, y otros dos hospitales distintos reafirmaron esa recomendación), buscar alternativas, conocer casos similares... fueron semanas de muchos miedos.
Los trámites del divorcio iban de la mano de estos sucesos, y ver cómo mientras yo me sentía tan sola, tan perdida, tan en el abismo, él rehacía su vida como si todo esto le fuera ajeno, comportándose conmigo de aquella forma tan fría, se me hizo muy cruel, muy duro.
Mi salud daba de vez en cuando alguna señal de alarma, mis hijos me reclamaban mucho, y seguían los cambios... 
Era momento de preparar el primer año de cole de Comino, el  momento de que dejara el pañal, el proceso de destete que vivimos durante el embarazo, las primeras noches sin él, y sin Curcuhuete... que él continuaba con su rutina de las visitas a su padre, y tuvo que volver a vivir el proceso de una separación, de "perder" otro referente paterno. Cambios, y más cambios.
Se me terminó el paro... en mis planes de principio de año estaba el terminar mis formaciones y empezar a abrirme camino en el acompañamiento a la maternidad, la posibilidad de abrir una tienda propia... planes que ahora sólo parecen sueños muy, muy lejanos. Las posibilidades de encontrar un trabajo que me permita cubrir las necesidades de mis hijos por cuenta ajena se me han reducido mucho y esto es otra preocupación más añadida.
Poco a poco las semanas de embarazo avanzaban, y lo que al principio parecía no fuera a llegar a término, iba manteniéndose hasta el punto de ver sobre mi de nuevo la sombra de la inducción, y así terminó de nuevo, pero eso es otra historia que contaré más adelante.
A primeros de Octubre, mi padre ingresó en la residencia. Era algo que sabíamos llegaría el momento de hacer, pero a pesar de ello no fue muy fácil dar el paso, pocos días después, ingresé en el hospital para la inducción, y prácticamente al mismo tiempo que yo, lo hizo mi madre, pero ella no volvió a casa hasta un mes y medio después, con (entre otras cosas que le fueron tratando durante el ingreso) el diagnóstico de un linfoma que requeriría quimioterapia. Mi bebé continúa en estudio para averiguar si su riñón es o no funcional, pero por suerte parece estar mucho mejor de lo que en un principio se sospechaba.
Al ver que mi situación económica era difícil, y que la salud de mi madre requería que no estuviera sola, decidimos que la mejor opción sería que nosotros nos mudáramos a su casa, y aquella ha sido la mudanza más difícil de toda mi vida, no por el hecho de estar sola con dos niños y un bebé, sino por la carga emocional que aquello me supuso, a mi y a mi puerperio. De nuevo más cambios en el camino.
Entre todos estos sucesos, pude encontrar mucho apoyo, un poquito de tiempo y de fuerza, para terminar y completar tres de las cuatro formaciones que comencé, la última de ellas merece que me la tome con más calma, y no puedo más que agradecer que me hayan permitido adaptarme a mis propios ritmos.


Estas Navidades han sido las primeras que he pasado unos días sin Curcuhuete y Comino, la primera vez que me he separado más de tres noches de Comino, y se me han hecho diferentes, incompletas. Hoy tengo la suerte de poder estar con ellos de nuevo, de sentirme más completa, de volver a verles reír, discutir, jugar... de tenerles conmigo para darle fin a este año y recibir con los brazos abiertos el 2019.


Este año ha sido sin duda uno de los años más duros que he vivido, a nivel emocional me ha puesto a prueba en muchos ámbitos, y me ha hecho replantearme mis objetivos, mi vocación, mis proyectos... este año llegó para cambiarme la vida, para ponerme a prueba.
El 2018 me ha quitado muchas cosas, a gente a la quería, mi estabilidad personal, sueños, proyectos. Me ha hecho dudar de mi misma, perder la fe en muchas cosas, replantearmelo todo... pero no todo ha sido malo. El 2018 me ha enseñado que soy mucho más fuerte de lo que pensaba, que tengo pocos amigos, pero enormes, grandes, inmensos, fieros, AMIGOS con mayúsculas, que mi familia vale más que su peso en oro, que mis hijos son unos luchadores y mucho más brillantes que nada, que aunque me sienta sola tengo a mi lado a mi tribu, a mis chicas... ellas, que casi vivieron el nacimiento de mi pequeño como suyo propio, me ha regalado el apoyo y las oraciones de la comunidad de mi madre y de la parroquia, me ha regalado los abrazos, las sonrisas de mis hijos, me ha regalado a mi bebé... Me regalado a la que se ha convertido en mi mejor amiga, que tanto me ha aguantado y escuchado, me ha regalado el acompañamiento de mis compañeras doulas, el apoyo de mis compañeras de escuela, y de mis profesoras, me ha acercado a gente que jamás pensé volvería a acercarme, ha cruzado en mi camino a gente increíble y maravillosa, y se ha quedado con varios kilos sobrantes (aunque de esos aun me quedan unos cuantos para cederle al 2019).
El 2018 ha sido duro, pero a la vez maravilloso, porque sin esas vivencias, hoy no sería consciente de lo afortunada que soy de tener a tantas y tan buenas personas a mi lado, tan a mi lado que están cerca incluso cuando están lejos.
Gracias 2018, por empujarme a mejorar, a quererme más, a conocerme más a fondo, por todo lo bueno que me has regalado.
Feliz noche. Feliz salida y entrada de año. Feliz 2019. Feliz vida.